La naturaleza y lo cotidiano, la niñez y el recuerdo afectuoso del pasado ocupan los versos de María José Ferrada, un tributo literario a la figura maternal, entrañable y venerada de una abuela rural cuyo legado ha sido tan modesto y a la vez tan valioso: las palabras, depositarias de conocimiento e identidad para habitar en el mundo.
El lenguaje poético y sugerente, la dimensión metafórica y simbólica del texto, siembra de imágenes sensoriales la mente del lector. Las ilustraciones de Zuzanna Celej,
a base de sutiles trazos de lápiz y tenues pinceladas de acuarela, contribuyen a evocar esa atmósfera mágica y serena, a medio camino entre lo real y lo onírico.
Es una obra que desprende espiritualidad, que describe -con el corazón más que con la vista- el paso de las estaciones, la huella imborrable de las personas, rememorando
con nostalgia un tiempo de sencillez y felicidad en el que “todo era perfecto” a pesar de las carencias materiales. La misión del cerezo, la luz de la huerta, el sabor de las naranjas, la textura de la lana… entre estas letras se encuentra la clave para descifrar este lenguaje críptico.
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